sábado, 16 de febrero de 2013

¡Ganamos, perdimos, igual nos divertimos!

Sí, se acerca la fecha de los Oscars. Aquellos premios nombrados absurdamente en honor al tío de la bibliotecaria Margaret Herrick que los limpiaba porque, según ella, 'tenía un gran parecido'. Es acertado sentenciar que si uno ve una de estas ceremonias, ya las vio a todas. No es novedad que dichas entregas de premios son aburridas, tediosas y francamente lo más tilingo y careta que posee la industria del cine. Pero bueno, póngale onda usted también porque sino escribí todo esto al pedo. Está bien, en líneas generales todo lo que escribo es al puro botón.

Como no he visto casi ninguna de las nominadas no puedo pronosticar los resultados, así que me tomo una Agaromba y todo me chupa un huevo! Nah, mentira, voy a dedicarme a repasar algunos de los momentos que más recuerdo de estas insulsas premiaciones. Y no son precisamente los ganadores o los lacrimógenos discursos de las estrellas en el firmamento de la cartelera cinematográfica mundial. O sea de los actores.

La bajada de línea del gordo Moore

En 2003, los muchachos de la Academia le dieron el Oscar a Bowling for Columbine, el muy buen documental que hizo de Michael Moore toda una celebridad de la noche a la mañana. Aquel año fue un cisma político, ya que Bush hijo acababa de ganar la presidencia en una elección menos creíble que las lágrimas de Cavallo frente a Norma Plá, y bueno, no era necesario ser un genio para adivinar qué reacción se podía esperar del gordo.
La mitad de la audiencia lo aplaudió, la otra mitad lo abucheó, y el musicalizador optó por mandarle esa horrible cancioncita y terminar con el incómodo momento. Shame on you, les gritó en la cara.


La incontenible alegría de Benigni.
Vale destacar el momento casi surrealista de Benigni caminando por los respaldares de las butacas de nada menos que Spielberg y Terrence Malick bajo la banda sonora de La vida es bella (1997) para recibir el premio a manos de su compatriota Sophia Loren.

Después, el discurso que dio en un inglés muy italiano y lleno de nervios no se le entendió un carajo, pero fue un instante  memorable. Quizás sea más pelotudo que memorable, pero a mí me gustó.


La nominación de South Park.

Aunque cueste un poco creerlo, la Academia no ha sido siempre tan conservadora; de repente nos sorprenden con efímeros momentos donde se permiten hacer humor e incluso ser políticamente incorrectos. Sólo así, se puede explicar la nominación al Oscar a Mejor canción original a la película South Park: Bigger, Longer & Uncut (1999).

 La canción, "Blame Canada", es un himno hilarante y con mucho humor ácido sobre cómo Canadá tiene la culpa de básicamente todo lo malo que sucede en EE.UU. La canción en la fiesta (sí, antes había temas en vivo) fue interpretada por Robin Williams y dejó a medio mundo con cara de póker, que no entendía bien si ése era el número de la noche o Robin se había colado junto a todo un elenco tipo Figuretti.
 Pero eso no fue todo, en aquella misma edición, los hijos de puta de los creadores de la serie, Matt Stone y Trey Parker llegaron a la ceremonia vestidos de la misma manera que lo habían hecho el año anterior Gwyneth Paltrow y Jennifer López, respectivamente. Very classy, man.

La versión a capella de Drexler.
Resulta que Jorge Drexler estaba nominado por la canción Al otro lado del río de la película Diarios de motocicleta (2004) y, por lo tanto, le correspondía cantarla el día de la premiación. Pero alguno de los organizadores pensó: 'A este sudaca que canta bajito no lo conoce ni su propia sudaca madre, así que pongamos a otro latino cuya cara nos sea más familiar para tener más rating y listo'.

La canción fue masacrada en vivo por Antonio Banderas (que es más español que la paella pero a los norteamericanos les da todo igual) y los solos de guitarra de Santana (que es ciudadano norteamericano desde el '65) acompañados de esos eternos gestos pseudoorgásmicos al ejecutarlos.

Luego, el uruguayo subió a recibir la estatuilla, se plantó frente al microfóno y tuvo su pequeña revancha.
La obtención del premio de El secreto de sus ojos.


La presentación sin gracia de la categoría estuvo a cargo de Tarantino y Almodóvar, algo así como el agua y el aceite 'peliculísticamente' hablando. Ese día muchos esperábamos que Francella subiera al escenario y lanzara su ultraquemado latiguillo  'A comerlaaa', pero para agilizar la cuestión sólo dejan hablar unos treinta miserables segundos que los acaparó el pelado Campanella para agradecer a los productores, guionistas y de paso cañazo tirarle un sutil palito a James Cameron.

Como ustedes sabrán, queridos lectores ocasionales que aterrizaron en este blog, se trata de la segunda estatuilla dorada en manos de Argentina, siendo éste el único país de Sudamérica en recibir dos veces el galardón. Anteriormente había sido por La historia oficial (1985) de Puenzo y esperemos que éste sea el puntapié inicial para generar una industria del cine nacional que le pueda competir a cualquiera de los grandes estudios. Me refiero a que haya sistemas de distribución razonables que promuevan lo propio y que no se repita lo que ocurre en la actualidad, en la que el famoso INCAA produce cientos de films que se proyectan en muy pocas salas y que sino logran recaudar las primeras semanas  caen en el olvido, aplastados por los tanques hollywoodenses.

Pero bueno ya me fui por las ramas, diría Tarzán. Recuerden que si pasa en las películas, pasa en la vida y pasa en TNT. O al menos eso dice la tele.

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