sábado, 23 de marzo de 2013

Instrucciones para llorar (en el cine)

El título es un truco de baja calaña utilizado para atraer a los lectores de Cortázar al blog. Desde ya estoy convencido de su total inutilidad, malditos famas.

Todos lagrimeamos alguna vez con una película, o se nos humedecieron los ojos, o nos produjo una pequeña mueca de tristeza, o se nos escapó un sonoro gas, dependiendo de qué tan sensibles seamos. Gran parte de la culpa de esto la tienen las películas en sí que son, casi por regla general, innecesariamente tristes y sombrías, como si la vida no fuese un continuado de alegrías y momentos mágicos por doquier. La otra parte de la culpa la tiene el espectador, dispuesto a emocionarse cada vez que el T-800 levanta el pulgar antes de ser sumergido en hierro fundido.

Por eso, desde este humilde espacio les presentamos el Llorómetro que permite conocer las posibilidades que tiene una película de hacernos llorar, y qué tan hombre hay que ser para no hacerlo. Dejo de lado a las mujeres, porque la verdad no tengo ni idea de qué tan mujer hay que ser para no llorar como una descosida mientras se mira Toy Story 3.

Grado 1: Imposibilidad total de producir lágrimas. Puede tratarse de comedias groseras o de bodrios insufribles, pero no lo suficiente como para hacernos llorar de rabia por estar perdiendo el tiempo.
Ejemplo: Easy A. A menos que lloremos por lo linda que es Emma Stone, pero en ese caso el menor de nuestros problemas serían las lágrimas.
Quién no lloraría: Cualquier hombre cuyos ductos lagrimales funcionen correctamente.

Grado 2: Posible humedecimiento ocular, producto de problemas personales que se ven reflejados en la pantalla. Clásico caso de "me pelié con mi novia y pensé que iba a ser buena idea ver una comedia romántica". No es buena idea, primero porque te deja medio como un pelotudo ver una comedia romántica por motu proprio (excepto Medianeras, que es una masa), y segundo porque si de hecho se produce el susodicho humedecimiento quedás como puto en frente de tus amigos que son todos leñadores y mineros endurecidos por la dura vida del trabajador (aunque se junten a ver comedias románticas, posiblemente para descubrir qué es el amor).
Ejemplo: La Caída, si sos un tremendo nazi.
Quién no lloraría: El padre de Zoolander, cualquier hombre que sea más o menos diestro en el manejo de armas blancas.

Grado 3: Una lágrima discreta que se desliza silenciosa por nuestro rostro. Este efecto se produce en momentos particularmente tristes dentro de una película no necesariamente triste. El ejemplo más mejor y menos peor puede ser la muerte de la madre de Bambi en Bambi. Después la película es más o menos divertida, pero cuando se le muere la madre, y Bambi le dice mamimamimami, o algo así, porque no la veo hace añares como dice mi abuela, hay que estar medio preparado para que no se piante un lagrimón. Uno solo, más ya es medio de sarasa.
Ejemplo: La muerte de Mufasa en El Rey León (que es la Bambi de una generación más desafortunada).
Quién no lloraría: Presos de una cárcel de seguridad media, a menos que estén adentro por evasión a la AFIP o algo así.

Grado 4: Llanto abierto y sin tapujos, sollozos varios e inclusive algo de vómito producto de las convulsiones (de los sollozos, que cada vez son más violentos). Grado más alto de la escala (que, dicho sea de paso, no contempla casos de llorones patológicos como el marido de Adriana Aguirre). Sólo se produce durante películas maliciosamente tristes, que contienen uno o más de los siguientes elementos: muertes lentas producto de alguna enfermedad terrible, suicidios de coreanos en cámara lenta con alguna música triste, funerales coreanos con valijas, Forrest Gump.
Ejemplo: Forrest Gump.
Quién no lloraría: Clint Eastwood (que podría considerarse un 1 en esta lista), criminales de guerra, verdugos, personas que no entienden muy bien eso de la tristeza, tipo bebés, pero esos lloran de cualquier cosa así que no pueden juzgar a nadie.

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